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CONDICIONES ESPIRITUALES PARA ACELERAR EL PROCESO DE CURACION (PADRE MOISES LARRAGA MEDELLIN)

Rostro de Cristo - cabecera


¿Tardanza en el proceso de curación? Debemos consultar al Médico, pero consideremos que existen causas espirituales; no siempre son físicas o biológicas. Para acelerar la sanación, trabajemos en las siguientes áreas:


  1) El amor,
  2) El perdón,
  3) La justicia,
  4) La Gracia,
  5) María,



El amor, el perdón, la justicia, la Gracia, y María.

1) EL PERDON, JUNTO AL PERDON DIVINO:

Jesús es el Mensajero de la Paz, el Príncipe de la Paz. En la persona de Jesús no cabe el odio, el resentimiento, la envidia, la guerra. El vino a este mundo a enseñarnos a los hombres el perdón, y vino a enseñarnos que todos somos hijos del Padre Celestial, que es Padre de todos y nos ama a todos sus hijos sin preferencia alguna. Por eso el libro de los Proverbios nos dice: “la prudencia del hombre domina su ira y su gloria es pasar sobre una ofensa (Prov. 19,11)”. Por eso nosotros nos comprometemos en la Oración del Padre nuestro cuando decimos: “así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden (Mt. 6,12)” nuestra boca está siendo la propia medida del perdón que deseamos obtener de nuestro Padre Dios.

Perdón significa arrancar de raíz el odio, el resentimiento que son como llagas hediondas y podridas que están ahí escondidas dentro del corazón ocupando espacio. Muchísimas veces decimos que hemos perdonado e incluso olvidado, y nuestras confesiones se vuelven tan rutinarias que cuando no hay un total perdón, son como esas paredes viejas, húmedas y agrietadas, que les damos “manita de gato” con la brocha pero que solo dura un tiempo corto bonita, pues la humedad la vuelve a manchar y la grieta se vuelve a asomar. En Hechos 7,59 nos dice: “mientras le apedreaban Esteban hacía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después dobló las rodillas y dijo: Señor, no les tengas en cuenta este pecado; y diciendo esto se durmió”.

Purificarse delante de Dios es justificar al que nos ofende, justificar al que nos ha hecho llorar, a aquél que nos ha humillado, lastimado, pisoteado…¡Padre, perdónales porque no saben lo que hacen!

Cuantas veces nuestra Oración se queda perdida o suspendida en el aire porque olvidamos muy cotidianamente que a la persona que le guardamos odio, resentimiento o envidia, es también hijo de Dios. Ese Dios bueno y clemente que hace salir el sol sobre buenos y malos, y que claramente nos lo dice en la boca de Jesús: “ámense los unos a los otros, como yo los he amado”. “Si pues al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo que reprocharte, deja tu ofrenda ahí delante del altar, y vete primero a reconciliar con tu hermano, y luego vuelves y presentas tu ofrenda (Mt 23)” . A Dios no le agradan nuestras ofrendas cuando tenemos el corazón ocupado con el odio, con la envidia y el resentimiento. Parecemos mentirosos delante de Dios cuando le estamos pidiendo que nos perdone, que nos libere o que nos sane, cuando nosotros somos quien con nuestra actitud detenemos la sanidad.

“No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados" (Lc. 6,37). A veces nos volvemos demasiado exigentes con nuestros semejantes, exigimos más de lo que nosotros somos capaces de dar; exigimos perfección y nosotros no somos perfectos, pedimos perdón y no somos capaces de perdonar, hablamos del amor y no sabemos amar.

“Cuidaos de vosotros mismos; si tu hermano peca repréndele, y si se arrepiente perdónale, y si peca contra ti 7 veces al día y 7 se vuelve hacia ti diciendo *me arrepiento*, le perdonarás (Lc 17,3)”.

Guardar rencor es como guardar la madre del vinagre que fermenta el agua, poco a poco irá ese rencor fermentando y aquel rencor se convertirá en una gran enfermedad del alma, que aflorará al cuerpo con otra enfermedad. “No te vengarás ni guardarás rencor contra tus hijos, amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lev 19,18)”. Dios nos exige perdonar para poder creernos que lo amamos, no podemos decirle a Dios que lo amamos y estar odiando al hermano, se nos olvida lo que siente el Padre Dios.
Lucas 6,27 y Mateo 5, 38-48: El nos enseña a perdonar no solo una vez, no dos, sino 70 veces 7 (Mateo 18,21).

Jesús defiende al pecador arrepentido, y por encima de todo y cualquier obstáculo le da Su perdón. Te invito hermano a perdonar ¡te invito a sanar! te invito también a pedir perdón y a reconocer tus errores. Se que si tu haces esto, al final de este librito habrás comenzado un nuevo camino de sanidad, que ni la ciencia con todo su esplendor ha podido lograr.

Examina tu interior y trae a tu memoria a aquellos que te hicieron el mal, toma entre tus manos un Crucifijo y di la siguiente Oración de perdón: “Oh Señor Jesús, hoy quiero poder perdonar con tu ayuda y con el Poder de tu Sangre. Señor Jesús permíteme ir lavándome cada grieta de mi alma con tu Preciosa Sangre; permíteme la Luz del Espíritu Santo, para que pueda alumbrar las áreas oscuras de mi pasado.

Quizá ahí en un rinconcito esté un gran resentimiento, un grano podrido causado por el odio, el pecado y la falta de amor, y dolor. Quizá mi Jesús no he perdonado porque no soy consciente de ese resentimiento. Ese resentimiento que tal vez lo tenga hacia mi madre, y desde que estaba en su vientre, o hacia mi padre, o a mis hermanos o familiares...




...o a personas que han estado junto de mi. Jesús, tu puedes ser mi Maestro, tu puedes ser mi amigo. Jesús ¡ten piedad de mí! ¡Libérame como liberaste a María Magdalena de aquellos 7 pecados! ¡Jesús libérame y sálvame! ¡Ten piedad de mí y permíteme liberarme cada mañana y cada día al acostarme de cualquier resentimiento! Permíteme decir todos los días con el corazón *perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden* ¡Gracias Señor Jesús!”

2) EL AMOR:

Una exigencia primordial en el proceso de sanidad es el amor. En el enfermo el amor es como un bálsamo que alivia, un bálsamo que da tranquilidad, la paz, la luz al espíritu. Amar significa ponernos los anteojos de Jesucristo. El que nos ha amado tanto tanto que dio su vida por nosotros.

El amor es un mandato, no una forma de sentir. El amor es una decisión; optar por vivir de frente al Padre, optar por imitar los sentimientos de Cristo, y este es un mandamiento: que amemos en Nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a los otros tal como nos lo mandó (1ª Jn 3,23).

Amar a Dios significa manifestarle nuestro amor en el prójimo, pues cuando nosotros ofendemos o lastimamos al prójimo, es a Dios mismo a quien lastimamos y ofendemos. “Quien se burla de un pobre, ultraja a su Hacedor; quien se ríe de la Gracia, no quedará impune (Prov 17,5)”

El Apóstol San Juan muy claramente nos exhorta a ser coherentes en nuestra actitud hacia Dios y hacia el prójimo, “si alguno dice amo a Dios y aborrece a su prójimo, es un mentiroso, pues quien no ama a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1ª Jn 4,20).

En la Sagrada Escritura Dios nos recomienda elegir el amor que los bienes: “mas vale un plato de legumbres con cariño, que un buey cebado con odio (Prov. 15,17)”, así que es preferible amar a Dios y al prójimo, que mil promesas, mandas y veladoras. Mas vale el amor que las riquezas, pues “si nos falta el amor no nos sirve de nada aunque hablara las lenguas de los Ángeles y de los Santos, si yo no tengo amor nada soy" (1ª Cor 13).

Dios señala el amor como el ayuno que a El le agrada. “Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera el holocausto tu no lo querrías (Sal 51)”. El amor al prójimo hace que brote del corazón la luz de Dios, y la sanidad de nuestras heridas interiores y exteriores.

El perdón va unido al amor. En Isaías 58,8 la Palabra de Dios nos dice: “entonces brotará la luz como la aurora y tu herida se curará rápidamente. Te precederá la justicia, la Gloria de Yahvé te seguirá. Entonces clamarás y Yahvé te responderá, pedirás socorro y te dirá *aquí estoy*. Resplandecerá en las tinieblas tu luz y lo obscuro de ti será como mediodía. Te guará Yahvé de continuo y hartará en las sequedades tu alma”.

Este texto nos permite comprender la importancia del amor; cómo Dios se manifiesta en aquellos que obedecen sus mandatos. Así que hermanos, ahí tienen una tarea importante en la vida para seguir caminando hacia la sanidad definitiva.

Toma la imagen de Cristo Crucificado y dile: “Señor Jesús, estoy en tu presencia para solicitarte como la samaritana *Señor dame de esa agua que tu tienes*, Señor sana las heridas del desamor que hay en mi corazón. Pongo Señor Jesús en la llaga de tu divino costado todos mis egoísmos, lava Señor con el agua de tu costado mis resentimientos y odios. Señor Jesús enséñame a amar en el prójimo; Señor Jesús quiero imitar tu corazón: tu Corazón Misericordioso, y quiero a través de esta sencilla Oración pedirte que me des el Don del amor. Enséñame a perdonar y a pedir perdón; enséñame Jesús a morir a mis egoísmos como tú ¡enséñame Jesús a justificar!”

3) LA JUSTICIA:

En la Sagrada Escritura la justicia para Job comienza en el amor al prójimo, y el primer mandamiento nos dice: “amarás al Señor tu Dios con toda tu alma, con toda tu mente, con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo”. Así que la justicia también debe comenzar en nosotros mismos; una persona que habla de amor y que le dice a otra que la ama y no piensa en Dios, no es digna de Dios.

Cuando ha dudado o tiene tanto tiempo sin recibir la Gracia del Sacramento del Perdón, o del Sacramento de la Eucaristía, o que vive amancebada o en la situación de pecado establecido, sin importarle que esa misma noche vaya a morir, esa persona es una persona injusta, ya que ignora totalmente los bienes de su Padre Celestial y prefiere vivir comiéndose las bellotas de los cerdos, que disfrutar de los manjares exquisitos que hay en la Casa Paterna Celeste.

Cómo puede una persona hablar de justicia si no es justa consigo misma; cómo puede exigir justicia si no conoce ni vive la justicia. Así que es necesario que dejemos de ser injustos con nosotros mismos. Es entonces que desde el centro del corazón del hombre brillará el deseo de hacer el bien, de dar a cada quien lo que justamente le toca: “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”.

Así que “la justicia comienza en guardar y poner cabalmente en práctica todos estos mandamientos ante Yahvé nuestro Dios, como El nos lo ha prescrito" (Dt 6,25).




La justicia es fuente de vida, es fuente de sanidad y es fuente inagotable de amor. La persona justa es reconocida y estimada, y por su justicia brillará delante de Dios y de los hombres; se le reconoce por su don de sabiduría y prudencia, se le reconoce por su poco hablar, pues vigila hasta de no robarle el tempo a las personas, y hasta de no perder el tiempo en conversaciones y cosas inútiles y vanas.

“Quien va tras la justicia hallará vida y honor (Prov. 21,21)”. Al justo Dios lo recompensa con gran abundancia; el justo participa de la heredad de Dios y es reconocido entre los hombres de la tierra como una persona santa y buena. Se vuelve un canal maravilloso del amor de Dios; participan de la saciedad delante de Dios.

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque de ellos será la saciedad de Dios" (Mt. 5,6). Dios ama la justicia, por eso en su Palabra dice: “el justo florecerá”. Sabemos también que Dios por su Justicia –Justicia que ejerce con equidad- juzgará a las Naciones, pues en la justicia es lo que un pueblo encuentra su elevación. Dios reprende la mentira, la explotación, el robo, la calumnia, el soborno, la pérdida de tiempo, los negocios sucios, la prostitución, la ambición, el chantaje. “Maldito aquel que acepta soborno para quitar la vida a un inocente (Dt 27,25)”.

Ora conmigo así de esta manera: “Oh Dios de amor y perdón, oh Dios de infinita bondad, hoy vengo junto a tu altar a implorarte perdón. Mas hoy quiero pedirle a tu Corazón ardiente que con ese calor inflame mi corazón de hielo; mas si quisiera fallarte y en el pobre insultarte, no permitas Señor que por mi vanidad se aleje de mi tu celestial manjar”.

4) LA GRACIA:


Es tan difícil conservar la Gracia cuando nos movemos en un ambiente apático a Dios nuestro Señor. Es tan difícil conservar la Gracia cuando nuestro espíritu se alimenta de todo aquello ligero que el mundo ofrece: la lujuria, la televisión con sus programas deshonestos, la pornografía, la moda desordenada, la música irreverente; las guerras, el hambre, los vicios.

Parecería que todo todo está fríamente calculado para que el hombre no se alimente de los bienes de Dios. Hoy en día el demonio sigue vistiéndose de luz y engaña ferozmente al pueblo de Dios; a sus consagrados, a sus religiosas y religiosos.

A los laicos comprometidos, a los líderes eclesiales y consejos parroquiales; nos engaña dándonos una conciencia laxa, una conciencia justificadora y manipuladora de la Palabra de Dios; a todo le damos disculpa y salida cuando se trata de disculpar el mal en nosotros mismos, pero cuando se trata de ver el mal en los demás somos demasiado críticos ¡despiadadamente críticos!, tenemos ojos muy severos y sentenciadores para el hermano, pero pocas veces nos fijamos en lo bueno de los demás.

A mi a veces me causa demasiada extrañeza cuando alguien me comenta que tal o cual personaje que se cree importante, se escandalizó por alguna palabra o acto que yo realicé sin afán de ofender o lastimar. Pero fue uno entre mil buenos, no se fijó en ninguno de los buenos, no, solo tuvo mirada para uno que él juzgó mal.

Por ejemplo: en un numeroso retiro en un lugar por ahí, yo la noche anterior estuve muy mal, casi no dormí; era muchísima la gente y a la hora del paseo con el Santísimo, entre esa gran multitud que llena de ansiedad emocionada al paso de su Señor y un calor sofocante, y al ir cargando yo la Custodia de bastante peso por espacio de 2 horas, yo sentí en un momento que me tambaleaba, era demasiado el calor y sentí que casi me caía, se caía también mi Señor de mis manos.

En un acto de amor a mi Jesús no quise que se cayera ni que lo tocaran mas, me lo subí y apoye en el pecho y enseguida por un momento lo apoyé en mis hombros para que no lo tocaran, pues sentí que era la parte más fuerte donde el Señor se sostendría con seguridad. Ahí estaban los ojos críticos y sentenciadores; ahí estaban para ver, según ellos, una irreverencia y no un acto de amor.

Ahí estaban para ver un Sacrilegio y no una debilidad humana ¡no vio el peso de la Custodia de 40 kilos!, no vio ni sintió el calor; no vio el cojo que caminó ni el ciego que vio ni al canceroso que sanó ¡no, no los vio!, le faltó la Gracia, le faltó la Gracia Santificante para contemplar el acto de amor y la entrega y la fidelidad ¡no, no vio nada de eso! ¡Sino que sólo que subí el Santísimo a mis hombros y eso era una irreverencia y eso bastaba para condenar!

San Pedro nos dice en una de sus cartas: “Velad y vigilad porque el demonio anda como león rugiente buscando a quien devorar”. Conservar y cuidar la Gracia requiere de estar tomado continuamente de la mano de Jesús; requiere de reverencias, requiere de alimentarse del Cuerpo de Cristo diariamente, si es posible, de confesarse continuamente, como mínimo cada mes.

Conservar la Gracia es igual que estar enamorado; es el enamorado que vigila, que cuida hasta los mínimos detalles de amor para que su enamorado, Cristo, siempre esté contento. La Gracia es un canal de luz hacia la Santidad y hacia la sanidad. Es facilitarle a Jesús el camino para que actúe, pues hay que recordar de tan conocida frase de San Agustín: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”,




y aquel hermoso soneto: “No me mueve mi Dios para quererte, el Cielo que me tienes prometido, ni me mueve el Infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Muéveme tu Señor, muéveme al verte clavado en esa Cruz y encarnecido ¡que aunque no hubiera Cielo yo te amara, y aunque no hubiera Infierno te temiera, pues lo mismo que te quiero te quisiera!”

5) MARIA SANTISIMA:


Nosotros por nuestra conducta de pecadores, nuestra condición de pecadores, nos entorpecemos de la mente en el momento de Orar. Necesitamos mucho la presencia del Espíritu Santo para que nos ayude a pedir como conviene. Obtener esa experiencia en plenitud es muy difícil si no hay esa entrega total al Señor. Y quien mas entregado con esa totalidad plena que la Santísima Virgen María; ella, la llena de Gracia, la creatura mas amada del Padre.

Ella que llevó en sus entrañas purísimas a Jesús el Hijo de Dios. Jesús a la Santísima Virgen no le niega nada, es por eso que nosotros debemos de acudir continuamente a nuestra Madre Santísima, para que ella pida por nosotros como conviene, para que ella Interceda por nosotros.

La Santísima Virgen por ser la Madre del Verbo encarnado, tiene también el Poder que su hijo y el Padre le han otorgado, y ella también nos bendice y nos concede numerosos favores de los grandes tesoros que del Cielo ha recibido y Dios le ha concedido a ella. Ella por ser la primera y única creatura digna y Purísima, encuentra Gracia plena delante del Trono Celestial y de su hijo Jesús. Nuestra Oración no sería completa ni escuchada tan eficazmente, como cuando ella intercede y pide por nosotros.

El rezo del Santo Rosario con el corazón diariamente, es la palanca más fuerte en los labios del enfermo, y de los familiares del enfermo para obtener la intercesión de la Santísima Virgen María. La Virgen María es la enfermera especializada en el pueblo de Dios. De su corazón misericordioso al igual que del Corazón de Jesús Misericordioso, brotan rayos de luz que iluminan al pecador, rayos de luz que calman el dolor, la tristeza y la soledad.

Hay un dicho muy popular que si lo analizamos es muy cierto: “el que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”, y que mejor sombra que la Madre del Altísimo, que mejor sombra que la Santísima Virgen María. El Poder de la Intercesión es único en ella. “Dice su madre a los sirvientes: *haced lo que el os diga*“. Ella logró con su intercesión el favor de Cristo.

Hay almas piadosas que se preocupan si están progresando en la virtud o si están estancadas, o mas bien si han retrocedido lamentando tiempos pasados de mayor fervor. Hay un termómetro para reconocer el grado de fervor, por tanto, si el alma va progresando o no en el camino de la perfección: ese termómetro es la devoción a María.

No pretendo que toda la vida espiritual consista en la devoción a la Santísima Virgen María, solo se trata de un indicio, así como no consiste la vida en el pulso pero si sirve para conocer sí se ha extinguido o perdura todavía, pero esta devoción debe de ser sólida, es decir, fundada en la doctrina de la Iglesia; genuina y práctica. Es decir, que no consista sólo en idealismos sino en la práctica de la vida cristiana.

Devoción viene de la palabra latina “devotio” que significa consagración, dedicación, entrega, al servicio de Dios. En el lenguaje cristiano este lenguaje consiste desde luego en el cumplimiento de sus mandatos: “el que me ama cumplirá mis preceptos” dice la Palabra de Dios; en rendirle el culto debido, todo lo cual no debe hacer sino el amor de Dios.

Como se ve, la devoción más que en actos consiste en una disposición habitual; se refiere fundamentalmente a Dios, pero guardada la debida proporción se aplica también a María, su devoción consiste en la Consagración a María, entregándole todo lo que somos y todo lo que hacemos para pertenecer de una manera mas perfecta a su Hijo divino.

Es entregarnos y dedicarnos a su servicio, que consiste en obedecer la orden que nos dio: *hagan lo que le les dice*, y todo esto debe ser una manifestación salida del amor y devoción a la Santísima Virgen María. Todo esto es una manifestación de amor y amistad con la Santísima Virgen, y la amistad requiere de una semejanza entre amigos, así que también tenemos que ejercer la caridad, a ejemplo de nuestra Madre y amiga.

Tenemos que esforzarnos en imitar a la Santísima Virgen en sus virtudes, y aunque María fue perfeccionista en todo y llena de virtudes, hay tres, sin embargo, que sus devotos deben esforzarse en adquirir:


a) una humildad profunda
b) una fuerza luminosa
c) una dulzura exquisita

Concluyamos esta sencilla reflexión de la Santísima Virgen María con este pensamiento: “¿Quién ha exaltado más a Jesús? Ella, la Inmaculada María; la nueva Eva; la bellísima Mujer vestida del Sol. Ella la que tiene la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas (Ap 12,1. 10,6)”.

Ella ha sido colocada por encima de todas las cosas ¡La Reina del Cielo, que está siempre en la Presencia del Trono de Dios Altísimo!

Acudamos a ella con un amor auténtico y con una devoción auténtica. Que nuestro amor a ella nos lleve siempre a procurar honrar y obedecer a su hijo Jesucristo, el Señor de señores. Ella es nuestra Madre; ella, ella es la Señora, la Señora Bonita, la Reina del Cielo, nuestra protectora y defensora, ¡la Inmaculada, nuestra amiga!

Ora continuamente a ella así: “Acuérdate ho piadosísima Virgen María que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamado tu socorro, haya sido abandonado por ti.

Animado con esta confianza a ti también acudo ¡oh Virgen de las vírgenes!, y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados, me atrevo a presentarme ante tu presencia soberana. No desprecias mis súplicas, oh Santa Madre de Dios, antes bien óyelas y atiéndelas benignamente. Amén”.




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" Y QUEDARE SANO "
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Pan bajado del Cielo
 


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Gracias a la Sabiduria, se enderezaron los pasos de los mortales (Sab.9,18)